A día de hoy, ¿qué asociamos con el término literatura infantil? Si eres ya un adulto pues a la ligera te podrían venir a la mente esos libritos chulos que una vez viste en la vitrina de la librería. Si te pones un poco nostálgico y comienzas a recordar tu infancia, podrás advertir que el listado es mucho más heterogéneo y clandestino. Este contraste nos dice que pasa algo. Nos habla de una dicotomía entre lo que es y lo que debería ser.

Empecemos a interesarnos por esto último: el deber ser. Si vamos a una librería o buscamos en Youtube “literatura infantil”, de seguro tendremos ante nosotros un listado de historias ingenuas que nos hacen preguntarnos si eso fue lo que leímos en nuestra infancia.

¡Cuántas historias tiernas y diminutas! ¡Cuántas ilustraciones coloridas! Y narraciones que no llevan a nada…

Claro, no podemos comparar a un peque de 3 años con uno de 9. Aquí los niveles de complejidad pasan por un diapasón de mil tonos.

¿Cómo definir entonces la literatura infantil? ¿Cómo saber que mi hijo de 3-4 años está listo para leer uno u otro libro?

Démosle un breve vistazo a lo que hoy consideramos como clásicos de la literatura infantil: desde Caperucita Roja y la Bella Durmiente hasta La vuelta al mundo en 80 días. De seguro todos los leímos.

Hagamos entonces un resumen de sus contenidos: un lobo que se quiere comer a una niña, un chico que quiere matar a un dragón, una sirena adolescente que se rebela contra su padre para ir tras un chico que vio en un barco, un pato feo que se convierte en lindo.

Traducción de un adulto: lujuria y asesinato, arrogancia y hedonismo.

¡Madre mía! ¿Le compro eso a mi niño? Espera, yo mismo lo leí. ¿Desde cuándo soy tan puritano? No resulté ser ni asesino, ni pedófilo, ni arrogante ni hedonista.

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Andrey Viarens