El efecto “J.K. Rowling” dio esperanzas a muchos con la idea de que escribir también es un buen negocio, y quién sabe, hasta terminas siendo millonario como la autora de la saga “Harry Potter”.

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Sería difícil determinar el momento en que el acto de escribir y publicar libros (obras de arte en sí mismas) dejó de verse como un acto de creación para ser tratado como un negocio en muchos. Esto, claro está, es una tesis discutible en sí misma y difícil de detectar. No todos tiene el valor de Honoré de Balzac para confesar que escribían por dinero.
¿Pero qué es escribir? ¿Arte por el arte? ¿Una expresión de nuestras capacidades intelectuales y espirituales de expresar y crear? ¿Un medio de vida más?

Sea lo que sea, a día de hoy vemos toda una industria moverse en función de quienes escriben (no importa si lo hacen bien) y de quienes están dispuestos a pagar. Es decir, el mercado.

Si quitamos las poco concurridas presentaciones de libros, las moribundas tertulias literarias, los desaparecidos círculos de escritores y lectores o las maniatadas ferias del libro, pues lo que nos queda es una industria dominada por editoriales que velan más por su solvencia económica que por la calidad de lo que publican y una sarta de agentes literarios y scouts que funcionan como árbitros y previsores de lo que puede o no triunfar en el mercado.

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Que te paguen por la calidad de tus aportes y lo relevante que haya resultado la obra para el público es un acto de justicia. Pero como esta, es ciego y subjetivo. ¿Cómo saber que el libro “A” fue mejor para el lector que el libro “B” y que por ello se le debe retribuir tanto o más cuanto al escritor? No creo que nadie se haya roto la cabeza respondiendo a la pregunta. Como siempre, la solución ha quedado en las manos del mercado.

Lamentablemente el mercado no entiende de arte ni de lo que es bueno o es malo, sino de vender y comprar con la mayor eficiencia posible. Cualquier lectura que hagamos de las estadísticas y tendencias del mismo puede engañarnos con sutil facilidad.
Así, si lo importante es vender y comprar, pues ahí es donde se debe mirar primero, dirán los más oportunistas. Entonces nacen la literatura comercial, que a mi entender no se limita a las novelitas baratas, sino que puede incluir perfectamente a lo que muchos podrían definir como “alta literatura”. Entonces, de lo que se trata para estos emprendedores es ver lo que la gente quiere y así garantizar las ventas.

Un escritor siempre fue visto como una persona sabia capaz de trasladar sus ideas de una forma magistral, una persona que transmitía enseñanzas valiosas y un modelo a seguir. Hoy no, escritor es aquel que atrape mejor el momento y la moda que atraiga a la mejor cantidad de compradores. ¿Y el arte? Tal vez en el museo o detrás de la etiqueta de “los clásicos”.

La crisis hace tiempo que comenzó, pero en las revistas especializadas encuentras cómo se celebran las estadísticas de “crecimiento”, tanto en ventas como en aumento de la producción. La crítica literaria se ha quedado recluida en los feudos de la inteligentsia y la cultura popular brilla por su ausencia. ¿Dónde está el escritor-artista? ¿Está a punto de extinguirse?
Hablemos más sobre el tema. Queda mucho por decir.

Andrey VR